Thursday, January 25, 2007

Saber asirla

Ustedes ya lo saben y a nosotros nos complace repetirlo: Repudiamos la discriminación y especialmente la motivada por sinrazones de género. Pero qué va: no sólo somos somos liberales sino también rabiosamente modernos por lo que estamos milagrosamente constreñidos a mirar con ojos de fanático a la discriminación positiva o acción afirmativa según como se la pinten.
Por lo dicho, pero también por lo insinuado, condenamos públicamente las represalias que la fiscalía de Santiago pretende emprender contra el hombre que, sin aprensiones decimonónicas ni pudores del segundo milenio, expuso sus genitales por varios días seguidos desde su balcón al acalorado público del centro. La cara vista, o sea los argumentos aducidos por la fiscalía: moral pública y buenas costumbres. La cara oculta: la represión al despliegue libre de la sexualidad masculina no codificada, no culturizada, no pasada por agua fría.
Sólo las mujeres, en esta sociedad que padecemos, pueden jactarse con simpleza y sin camuflajes de su capacidad para despertar la libido. Se ha intentado, y con no poco éxito, convencer a los hombres de que son sus obras, sus maneras, su elegancia, su sonrisa y, a lo más, sus espaldas anchas, las únicas armas que tiene a su disposición para dar la lucha por el tiempo, para enfrentar la pelea por la procreación.
El monopolio femenino de la expresión erótica más rudimentaria, -la desnudez conciente de sí misma, el cuerpo sin ropa, amenazante el rostro, las manos, a sus mejores usos- tiene que terminarse. No sólo se debe dejar de perseguir a los hombres de la sensibilidad nueva sino que el Estado mismo debe arbitrar los medios y proveer las plataformas que posibiliten que salga a la luz de lo público la sexualidad irreverente y sincera de hombres que pretenden legítimamente ver en el sexo la salida a las trabas del protocolo.Y el paliducho, corto, heterogéneamente velludo, extático y desatinado vecino de Santiago centro tiene todo el derecho del mundo a competir así, con lo que tiene, contra las mujeres más audaces y pechugonas de monjitas y fundamentalmente contra los pergaminos de los demás hombres, esos símbolos sexuales llamados confianza, sentido del humor, tino y poder.

ACTUALIZACIÓN (de esto estábamos hablando)

Con Ustedes:

Tuesday, December 12, 2006

PINOCHET, off the récord.

Incapaz de aceptar la partida de Milton, el corazón de Augusto dejó de latir. El hecho insignificante ha dado ocasión a fotos interesantísimas, polémicas jugositas y posts súper opinantes. Con este puñado de tierra, inspirado en la foto que le presentamos, el desorden colabora a tapar el hoyo de chile.
La faz arquitectónica de la política, como nunca se atrevió a aceptar Salvador, es casi solamente la producción eficaz, ordenada y sistemática de malos entendidos. Si se entiende poco en conversaciones a escala humana, menos todavía entienden las masas los códigos del líder de turno, que mesiánicamente y más mientras más tonto sea, se siente absolutamente comprendido en su lenguaje, verbal y no verbal, por sus adeptos y detractores. La soledad existencial, ese vacío que lo colma en las noches, lo imputa a los costos del poder o de la genialidad, o en todo caso a las sórdidas lecturas filosóficas de las que nunca podrá contarle a sus fieles.
La verdad es, como siempre, más miserable, que no más simple como suele insistirse con cegada obcecación. Ni sus partidarios ni sus enemigos comprenden nada de nada. Digamos, no sólo, como intuye el líder que se peina, ignoran sus íntimas debilidades y ternuras más puras, sino que no comprenden lo que dice en público, frente a micrófonos, ni las miradas sobreactuadas de desprecio o cariño que prodiga a los periodistas, ni las pausas que fuerza antes de contestar las preguntas estratégicas.
Esta constatación irrefutable –vean cómo celebran y se lamentan de ambos lados- es sólo el pie para terminar aceptando algo levemente más radical. No quieren entender tampoco. La figura política es una figura de significación indeterminada que, como la mejor plasticina, puede adaptar cualquiera forma que quieran darle los ojos del cibernauta. Para qué entonces dejarse esclavizar por la interpretación más correcta, si Pinochet puede ser el que yo quiera, se deben estar preguntando –claro que no- los del sí y los del nicagando.
Los hechos son claros. Durante la velada de ayer, un joven chileno saludaba a la Hitler el féretro del fallecido Augusto, más chileno todavía. Como en las antiguas arengas, las dos partes se sintieron conmovidas, presas de una conexión íntima y poderosa. El joven, en delirio extático sintió que Pinochet, desde algún paraíso radical, le hacía promesas tranquilizadoras y le instaba a seguir su lucha. El general, muerto todavía, sintió que todo había valido la pena, y aunque el saludo militar -ese que Pinochet había practicado intensamente antes de postular fallidamente al ejército dos veces-, todavía no le salía muy fluido al muchacho cariñoso, la esperanza en la juventud podía mantenerse intacta.

Monday, October 30, 2006

Perspecplejia o de la chilenidad en sentido estrecho.

Julio César, indecorosamente sabinista, conoce la canción, pero sus ortodoxas maneras de llevar la herejía le deben haber impedido entenderla. Por lo menos al modo en que la ha querido escuchar el desorden.

El nombre de la canción da algo más que una pista pero mucho menos que lo que se necesita para que le quepa a un chileno en el oído. El españolazo de Sabina, maestro de la rima consonante, bautizó a la obra como La Frente Marchita para aludir a Volver, el meláncolico lamento argentino. Cuenta la historia, que un joven Sabina, supo enamorarse de una bandera argentina disfrazada de mujer que se encontró en El Rastro y que el romance no se hizo noviazgo porque ella pasó su estadía en españa más preocupada de volver a su patria que de quererlo a él, más preocupada de su espíritu que de su corazón.

No hay nostalgia peor, exagera el amigo de Calamaro, que añorar lo que nunca jamás sucedió. Es precisamente esa forma de la nostalgia la que se padece al escuchar la apología de un español a un país que cualquier buen chileno admira tanto. Si no se puede ser nacional sino del país que a uno le tocó, sería una austera pero reconfortante compensación, poder mirar al país que uno quiere de una manera satisfactoria, del modo más justo. Ni eso.

Buenos aires es como contabas "hoy fui a pasear".Al escuchar a Sabina uno se entera de que hay países más grandes, más latinos, más historiados, y alfabetizados que Argentina que ceden lascivos ante el encanto de la albiceleste. Españoles que miran con alguna incredulidad al resultado encantador de una expedición financiada por su corona. Europeos respetuosos y hasta tímidos tentados a dejar que Borges tome el lugar de Cervantes en su velador, a acallar a los cantaores para poder escuchar mejor al Gardel de la gente. No es ni la estatura de sus ciudadanos, ni la carne abundante, ni los edificios nobles, ni los verdes prados lo que dirige las miradas españolas hacia el sur. No es el hambre lo que les hace comer de ese lomo ancho.

"Con la frente marchita" cantaba Gardel. Los chilenos, mil veces desafortunados, estamos conminados a mirar a la argentina desde nuestra más profunda y tímida chilenidad, la riqueza espiritual desde la pobreza material, la garra argentina, desde el campeonato nacional. Cómo atesorar la especial manera de ser espontáneo y despierto del quiosquero vende-clarines sin confundirla con prepotencia y verborrea, o por último, con espontaneidad a secas, con indiscriminado derroche, si se ha crecido entre calles silenciosas, vecinos vergonzosos y trabajadores, recelosos de los suyo, cautos y nerviosos. Cómo no encontrar livianas o en el mejor de los casos pasajeras a las argentinas, si se ha padecido en carne (más bien en la ausencia de la carne) propia la satisfecha mesura de la mujer que así promete un futuro esplendor.

Pero tú no querías más amor que el del río de la plata, se queja el enemigo íntimo de Páez. Por más que nosotros queramos más amor que el del Mapocho, lo queremos desde el río ese, ahogados en él, sin saber con precisión qué anhelar, porque nos faltan tantas, tantas cosas…

Wednesday, September 27, 2006

The Pill (zen) o "esto funciona en la práctica pero, funciona en teoría?"


Se dice de muchas cosas, que se sabe cuando parten pero no cuando terminan. Este refrán, como todos, tiene un ámbito de validez consistente en servir como consejo para evitar subirse por el chorro, cebarse, calentarse más de la cuenta, todo dicho en buen chileno como malamente dicen ahora los rostros más maquillados del espectáculo.
Con la vida en cambio, pasa que no se sabe ni cuando empieza ni cuando termina. De estas dos polémicas es más acuciante en los mercurios que corren la primera: cuándo empieza la vida humana, queriéndola como la queremos.
Sirva esta pildorita para impedir o abortar (cuestión pendiente todavía) algunas malas ideas al respecto.
Sólo ante el desorden todas las opiniones son legítimas. Si no entiende el asunto, discurra sobre él en la privacidad cariñosa y malcriadora del desorden. Venga, anídese aquí.
No se aceptan las presunciones. No es procedente decir que no se está vivo hasta que se demuestre lo contrario. Tampoco que “por la mirada que tenía la Caro se cachaba al toque que estaba embarazada cuando se tomó la pastilla”. Insidiosas.
Todas las muertes son un alivio. La vida es un agobio también para el que está por nacer y pudiera tener que llegar a permitírsele manifestar su consentimiento en la propia muerte mediante un cierto número de patadas al interior del cuerpo materno.
El desorden condena por último, cualquier tipo de discriminación y repudia la prohibición tácita formulada por la derecha reaccionaria a las quinceañeras de levantarse el llámper hasta donde ellas estimen conveniente para sentir las mismas cosquillas que sienten las adultas de los barrios más altos y los instintos más bajos. Y es que la píldora y no la cuarentona de Arjona parece ser la amalgama perfecta entre experiencia y juventud.

No falta el patriota bienintencionado que se estará preguntando qué hubiese pasado si nuestra madre patria hubiese tenido a su merced la pildorita esa. Qué hubiese sido de Chile. Para él, el grito, el grito, grito: Viva Chile mierda… si es que ya se produjo la concepción.

Monday, September 11, 2006

¡A Preparar las aves!

Primero fue Alejandro Magno, después Cortés. A quemar las naves gritaron, en sus respectivos idiomas, desdoblados, cediendo a la sensualidad de sus propias palabras. Se trataba, no sólo de virilidad retórica sino de conducir el comportamiento de sus guerreros. Si llegando a la orilla enemiga, se hace leña del árbol hecho barco, entonces la idea de retroceder desaparece del mapa de las posibilidades y los apetitos, y la batalla se hace obligatoria, deseable como los pies forzados, lo mismo que mantenerse vivo. La anécdota sirve como consejo dirigido a los oídos de los guerreros urbanos para que rompan con su pasado, desaten las sogas que los amarran al puerto que promete algo imposible: volver a casa –¡cómo si hubiera una! susurra imperceptible la historia-, revertir el efecto del tiempo, desandar el camino.
El Desorden se pregunta con cierto escepticismo, y con indesmentible hipocresía -porque sabe la respuesta- si no será demasiado mezquino con la idea de batalla, pretender resolverla a costa de hacerla obligatoria. Demasiado mezquino con el futuro –esa perspectiva del presente- desarraigarlo de la tragedia de su arbitrariedad, que llama a mirarlo de reojo, con descreimiento, a sopesarlo con sus sucedáneos, entre los que la muerte y el pasado tienen un lugar garantizado.
La vida del guerrero es distinta a la del general, y los primeros acataron la voz de los segundos. Como Ulises se ataron al mástil de lo forzoso, aunque a diferencia de éste, en cumplimiento de designios ajenos. Terminaron ganando las batallas.
El desorden ha tenido por correcto preferir ceder ante las sirenas que ante los mástiles, ante la derrota trágica, que ante el triunfo nimio y en este setiembre patriota llama a reconsiderar la cesión de territorios costeros a Bolivia y el derecho del Chino Ríos a jugar entre los veteranos. Qué se yo, a perder un par de batallitas. ¡Viva Chile Mierda!... si es que resulta lo más prudente.

Monday, September 04, 2006

No!minalismo

Los expertos del humor han aguzado su sentido de la comicidad para ver en la excomunión de Plutón del grupo de los nueve planetarios una manifestación flagrante de discriminación en razón de tamaño. Aquellos que tienen la cintura como centro de gravedad humorística han gozado de lo lindo y en las oficinas más céntricas no falta el revoltoso que improvisando una reunión de expertos a la hora de la colación quiere quitarle la categoría que le corresponde al miembro de algún desafortunado colega por estos mismos motivos. El desorden, siempre fiel a su segunda opción, tiene por obvio ver en la noticia plutoniana un signo más de la influencia de la metaética que guía la ardorosa lengua de Pamela Díaz (esa que, por lo pérfida y nociva, si el desorden no se equivocare tanto, debiera estar casada con un róxtar de envergadura), a saber: decir las cosas por su nombre, tener la lengua depilada, cantar la pulenta, etc. ¿Habrá pretensión más esencialmente esencialista– la idea de pretender que la esencia del ser queda atrapada en su designación lingüística- que la de arrogarse competencia internacional para rebautizar a un planeta? ¡Claro que sí!, ofenderse o padecer de nostalgia prematura por la ausencia de Plutón, al enterarse de la noticia.

La cultura infantil, de la que el desorden jamás se hará cargo, tiene como táctica archi recurrida la réplica "el que lo dice lo es". Parecen comprender bien los niños que, en tiempos como los que corren, los objetos, pero también las personas, suelen estar atadas existencialmente a los nombres que las designan, y en base a una (i)lógica refleja (absurda pero santa) tratan de revertir el efecto adjudicándole el calificativo al emisor del mismo. Todo esto en el afán de prevenir (mediante la amenaza esa de “si se lo dicesa otro, te lo dices a ti mismo”) constantes redefiniciones de personas sensibles con reticencia a las metamorfosis.

En este caso, bueno hubiera sido que los expertos, en razón de la amenaza infantil comentada y so pena de ser ellos mismos despojados de su calidad de científicos, se hubiesen abstenido de reconstituir la esencia del ex planeta, nuevo planeta enano (nombre discriminatorio allí donde los haya, se estará diciendo Legrand, don Coco), aunque sólo hubiese sido para inhibir una que otra ironía radial, impedir la publicación de este post, o para el sosiego espiritual de la fiera vip.

Lo dice (y lo es) el desorden.

Thursday, August 10, 2006

A ella le gusta el desorden.

El desorden no lo ignora: el elogio exagerado es una forma de desdén. Sirvan esta líneas como una vindicación algo prematura de la idea del desorden:

Se ha dicho sobre nosotros:

“La mente del desorden, ínfima luciérnaga perdida en la noche, trata de alcanzar una visión exacta del cosmos”. El orgullo inconfesado del desorden. Nuestras disculpas protocolares.

“El desorden no tiene contemporáneos.” Ese éxtasis que también puede ser puesto en el papel y en la pantalla.

“Los que odian al desorden lo hacen porque no saben francés. Oír los sonidos de un idioma que no entendemos irrita bastante”. Esa brillante forma de desdén que sabemos trocar en alegría.

“El desorden es lo que sobrevive a los vanos y los fatuos que ha sido”. Sea ésta la única forma de elogio que desesperance eficazmente al desorden. Si con esa afirmación, quiere implicarse que tenemos una cara oculta que nos empeñamos en esconder, un carácter verdadero mil veces silenciado, una historia sencilla que nos gusta enrevezar, que somos morenos detrás de nuestros visos, pálidos antes de este verano, entonces se hace un daño irreparable -no todos los juegos se pueden recomenzar- al único desorden que existe. Reclamamos la pertinencia de aplicar al desorden los predicados formulados sobre las personas –no quiera discutirse, sin ingenio al menos, la unidad de la Santísima Trinidad- y somos enfáticos en resaltar que hemos sido siempre fieles a la apariencia del desorden. Lo único que puede aparecer frente a sus miradas. Lo único que puede aparecer. Lo único que puede. Lo único. Lo.

Saturday, July 29, 2006

Spiniak revisited.



¡Tú, niño querido, ven, ven conmigo!

Juegos hermosos jugaré contigo.

(…)

¿Quieres venir, fino muchacho?

Mis hijas te atenderán bien.

(…)

Te amo, tu bella figura me entusiasma;

Y si no consientes, usaré la fuerza.

Erlkönig (Goethe)

Hace casi tres años ya -sí, tres años; sí también, Ud. se está poniendo viejo- que la inquietud sexual de un empresario desató una reacción de oprobio compartida por todos y cada uno de los disímiles sectores de la sociedad chilena. El rechazo y la condena eran, y permanecen aún, unánimes. Quién no mostrara su más profunda indignación ante lo ocurrido corría el riesgo seguro del ostracismo social. El que antes se deleitaba observando la ternura de la inocencia infantil, ahora debía dirigir su mirada hacia otro lado: …no vaya a ser que piensen que yo…; el abuelo sentado en la plaza no era ya un ícono de la consumación de los años dorados, sino más bien, un pedófilo en potencia; prácticas ancestrales como sentar al niño/a en el regazo desaparecieron ante la mirada afectada de tías siempre suspicaces; ya no se bromeaba con tanta soltura sobre las escolares y sus faldas; a los jardines infantiles se les miraba con la misma intriga con que se mira a los night clubs y a cualquier cyber navegante incauto se le hubiera podido encontrar evidencia suficiente para arruinarle cualquier pretensión política. En fin, el escándalo fue grande y dio pie para sermones moralistas que hacían de Chile una nueva Sodoma, o Gomorra, que la decadencia moral, que la sociedad moderna, que el TV cable, que los gobiernos socialistas…

Aún así, el Mercurio, en algo que iba a ser luego considerado como un desliz editorial, se atrevió a definir la pedofilia como “una preferencia sexual desvalorada socialmente”, no como una enfermedad, no como una aberración, sino que sencillamente como una preferencia sexual, una distinta a la mayoritaria, cuyo disvalor se lo atribuiría la sociedad y, en ningún, caso algún orden trascendente de cosas (como Ud. se imagina, un orden de cosas que no agrada en absoluto al Desorden de)

El desorden podrá ser barato pero jamás gratuito. Lo que nos incentivó a perder el tiempo de esta manera tan impolíticamente correcta es la decisión de la Corte Suprema holandesa de no cancelar el nuevo partido político que se identifica, principalmente, con la causa que hizo famoso al caballero que posa despreocupado en la foto de arriba. El propósito de esta agrupación, que cuenta, hasta la fecha, con tres inscritos (uno de ellos con cargos por acosar a un menor de 11), sería el de reducir el límite de edad para la interacción sexual consentida (o sea, no penalizada) desde los 16 a los 12 añitos. Una monada.

Tuesday, July 25, 2006

Una despedida para mis amigos que llaman a la radio!

Los escuchamos con hipocresía, mientras pretendemos estar pendiente de otra cosa. Llaman a las cosas por su nombre. Son partidarios de no filtrar las urgentes convicciones que guían su comportamiento y valientes defensores de la "verdad". Hablan desde la honestidad de su hogar o de su trabajo. Los que llaman a la radio son los mismos que hacen caso al consejo de los productos en promoción y que, luego de no obtener premio alguno "siguen participando". Son los mismos que llenan los estadios en tiempos de gol y las calles en tiempos de manifestaciones. A ellos apela el grueso de la publicidad y la mayoría de los discursos políticos.
Empatizamos, si bien casi nunca con sus comentarios -decisivos, serios, dogmáticos- con sus biografías, que se dejan traslucir paupérrimas debajo de sus declaraciones de principios, condenas, preferencias y saludos. Los imaginamos llamando con insistencia una y ota vez, inconmovibles ante los tonos de ocupado del teléfono, las voces grabadas que exhortan a esperar, y la negligencia indolente de los operarios incapaces de contener las ansias de comunicarse con el locutor de turno. Los que salen al aire se saben privilegiados y su sentido de la justicia los obliga a mandar saludos a todos aquellos de su entorno que no tuvieron la misma suerte, a todos esos entusiastas que no llegaron.
Los locutores, sin embargo, se han vuelto insensibles a la realidad de sus voluntarios. Mantienen una actitud que sólo en apariencia se basa en la igualdad de trato pero que en verdad es sólo una señal de indolencia. Automatizados, les preguntan por su opinión sin entenderla reteniendo sólo palabras claves como si éstas fueran moldes en los cuales pudieran introducir la voluntad comunicativa de sus auditores cual plasticina. La rutina, el tedio y la reiteración ciega de emisiones de voz idénticas tal vez sirvan -aunque desde luego no son suficiente- para explicar la conducta desaprensiva de los animadores radiales. Sin embargo, el Desorden jamás aprenderá a perdonar la inhumana manera que tienen los locutores para despedirse del radioescucha opinante. Se lo deja hablando solo, obligado a tragarse sus palabras, que le rebotan en la cara, de un momento para otro, despertándolo de su sueño comunicacional ilustrado. "Gracias Miguel por tu opinión" al tiempo que se pasa a atender al siguiente llamado acaso no sea una solución suficiente para la inquietud existencial que, en el envase de una propuesta legislativa o de una solicitud cancionera, hace el que llama a la radio, más bien, el afortunado que logra "salir al aire".

Argentina ha muerto

Al desorden le duele confesar que es humano pero insiste en que tal condición se había insinuado en posts anteriores (sólo los hombres y las mujeres pueden prometer). Al desorden no le gusta poner todos los huevos en el mismo canasto, pero debe aceptarlo de una vez por todas. Hemos estado triste. Argentina- razón tenía Federico el premonitor- ha muerto. De que el desorden no vaya al estadio provisto de cortaplumas y bandanas con disposición corporal de absorber el sudor de personas poco higiénicas y ánimo de insultar a ese solitario y ennegrecido sujeto decisor, no se sigue que el desorden sea lo suficientemente autista como para prescindir del mundial de fútbol. Y aunque no reaccionemos con la delirante vehemencia de Felipe Bianchi -esperen post aparte al respecto- algunos resultados logran conmover a esta sensibilidad.
Sólo un ciego –incómoda metáfora que el desorden no termina de aceptar- podría ignorar el hecho de que cuando juega Argentina lo hace también Borges. Están en la cancha además Tristán- el humorista que pasea por Corrientes después de su función saludando a los diareros-, Adolfo Bioy Casares -que comenta los pormenores del partido algo distraído con la atención en algún cuerpo de mujer-, Silvina Ocampo -más fervorosa que su marido Adolfo y cada vez menos celosa. Juega Maradona, moderna versión de Dionisio, el éxtasis de la carne, el cuero que toca al cuero. Están los taxistas mitómanos con más propensión a convencer al turista de cuestiones que no han hecho pero con que sueñan, que a robarles dinero o alterar el taxímetro. Están todos los especialistas en temas que no habían tenido la suerte de conocer hasta el mismo momento en que la vida los ha obligado –sólo los argentinos son sensibles a ese constreñimiento- a improvisar una teoría explicativa y muchas veces auguradora. Están también los maestros carniceros que miran con declarado aire de superioridad a los cirujanos. Las mujeres que son todas pura extroversión, tanto en lo físico como en lo psicológico, como diría estupendamente cualquier futbolista argentino con chapita. Es innegable -y por supuesto indemostrable- que cuando juegan los once elegidos –casi siempre malamente- está jugando Argentina.
También es obvio que no puede decirse lo mismo de la mayoría de las demás selecciones. Por ejemplo, a quién se le podría ocurrir que los hábiles brazos de Lehman actúan orientados por la pena de Holderlin, por la violencia de Federico Nietzche o por la ambigüedad de Goethe. A lo más podrá reconocerse en el equipo alemán al Heidegger que juró que sólo podía pensarse en alemán y que nunca pudo dejar de rezar el padre nuestro. Inglaterra sólo alcanza a mostrar lo más desclasado de su pueblo. Es un fútbol sin el humor inglés, sin la fantasía analítica de De Quincey, sin las libertades de Wilde. Más se parece al país que es hoy, a ese aliado doliente de EEUU que acata sus decisiones y se pregunta todos los días por qué ellos han de seguir las flechas norteamericanas y no al revés. Es el Luto del desorden, es la pena, es la convicción de que ha llegado el fin de la historia del fútbol –ahora sí que sí señor Fukuyama-, por lo menos por cuatro años. Es la página que se cierra y la promesa de muchas que han de abrirse, aquí mismo, en el desorden.

La diez

El número de mandamientos. El ciento por ciento. Máxima calificación posible en el sistema norteamericano. Predicado de la mujer de medidas perfectas, cuando llevado al fútbol, el numerito es más poderoso que en todas sus otras significaciones. Es el signo visual estandarizado para designar al genio de turno, el sello de excelencia estampado dolorosamente en las espaldas de los bovinos del fútbol. En los tiempos posmodernos que corren, disueltas ya las ilusiones del progreso indefinido, el diez es el aleph de toda la problemática existencial del jugador doliente.
El hombre contemporáneo, a su pesar, resignado, ha tenido que dejar a sus espaldas el conjunto de pretensiones y expectativas que habían hecho ilusionar y entristecer a sus mayores. Se ha construido a sí mismo como huérfano y ha tenido que incluir a las palabras heredadas en el vasto repertorio de los estímulos y desincentivos que constituyen la oferta de la vida actual. Descree de la universalidad, pero todavía más de la especialización. Desconfía de la farándula tanto como de los representantes políticos por lo que –cuando lo hace- vota. Es escéptico ante el Todopoderoso, pero no cree tampoco en la posibilidad de reemplazarlo él mismo y llegar, en esta misma tierra, al paraíso de las sensaciones y los conceptos. El hombre moderno se mira a sí mismo con una leve simpatía, pero jamás como una madre orgullosa mira a su hijo. Es capaz de compadecerse, y al mismo tiempo, dudar de su propia nobleza.
El jugador, que reproduce en el campo todos los caracteres del hombre posmoderno, ha elegido su carrera algo inconscientemente e intuye que podría estar haciendo otra cosa. Hasta en el fútbol, van perdiendo fuerza ilustrativa los mitos fundacionales y las leyendas hogareñas. El ideal de completitud y perfección que caracterizó al jugador de hace algunas décadas le es ajeno al futbolista de hoy.
Valdano, había temido en voz alta, que los diagramas terminaran domesticando al jugador. A sus miedos de que se diluyera en el pizrrón el espíritu del futbolista subyacía el paradigma de la modernidad, la confianza irrestricta en los designios de la técnica. Injustificada inquietud de la que hoy, en vista de la campaña Joga Bonito de Nike, podemos reírnos con suficiencia. Sin embargo, lo contrario resulta igualmente disparatado: el heroísmo, y no los héroes, han muerto. Nadie lo sabe mejor que Zidane, Riquelme, y Ronaldinho, los tres mártires de esta copa del mundo. Las tres víctimas grandilocuentes de las contradicciones de la época. Los portadores del aleph de la posmodernidad.
La diez en la espalda es la cruz del jugador contemporáneo; es la pretensión inútil e insistente de todo aquello a que el hombre de hoy tuvo que renunciar. Es la exigencia de cumplir los sueños de sus padres y abuelos. Es la exhortación impersonal a eliminar a sus fantasmas, a tratar a sus fanáticos como niños, a imaginar al mundo más sencillo, y a la imaginación más pobre. Es un grito en la oreja en contra de su sofisticación moral que lo desconcentra del partido. Es la madre que le exige hacer las tareas. Es un grupo de adolescentes cantando al unísono: “al seco, al seco, al seco”. El posmoderno es resistente, y desconfía de sus hastíos y sus violencias, pero hay veces en que termina explotando, como la cabeza exhausta de Zidane, el emigrante cabizbajo y taciturno, en contra del pecho de Materazzi. Es la expresión en el rostro de Riquelme, cual si en el purgatorio, estuviese tragando su dolor, esperando valiente la redención por venir. Es la máscara de alegría carnavalesca de Ronaldinho, mientras se sabe inútil de cumplir las órdenes de su propia espalda.
Quien lleva la diez detrás suyo está inexorablemente condenado a un pasado que el mismo no es capaz de ver. Cuentan que todas las primaveras el pueblo andaluz anda pidiendo escaleras para subir al madero y arrancarle los clavos al Jesús, el Nazareno. Tenemos el capricho de creer que algún día, se movilizarán los fanáticos del fútbol pidiendo pintura para borrar de las espaldas de los mártires peloteros el estigma que no los deja jugar.

del número 7

El desorden sabe prescindir de las versiones oficiales. Para su deleite y nuestro pudor, la génesis de las religiones según el desorden.


Se llamaba Félix y hacía varias noches que no dormía. Pasaba los días apesadumbrado, entre el sopor y la angustia. El olor a incienso, mezclado con selectas especias importadas directamente de la India, los días de calor, las noches tibias y desde luego, el incidente. Había ocurrido un tiempo atrás. Noche fuera del hogar, velada de amigos. Embriagado de felicidad y distendido en exceso, había terminado solo en un callejón de mala muerte acorralado por tres sabuesos sin dueños ni escrúpulos. Desde ese momento ya no conoce la serenidad. Camina lento y pasa horas mirándose al espejo en busca de su verdadero yo. Nada lo tranquiliza. Se ve frágil y lleno de preguntas.
Violeta, la mujer de la casa, lo observa impasible. La naturaleza humana es egoísta y no es extraño que a veces mire a Félix con algo de secreta complacencia. Se siente menos sola que antes. Las noches de ritos, los clavos de olor, son siempre tanto menos excéntricos y más honrados cuando se comparten con un ser querido. La vida, esa que estima como un preludio de lo que no conoce y le asusta, esa que ha desmenuzado por partes en busca de significado, se hace, desde que Félix perdió su sexta vida por sexta vez en un callejón oscuro, mucho más soportable.
Félix, que siempre se había reído íntimamente con los esoterismos y los procedimientos sostenidos por su patrona, hoy, en la desesperación, idolatra a los mismos ídolos. A las 7 de la tarde, con Violeta, reposado en la alfombra, no deja de rezarle a Krisna y no son pocos los versos que recita de memoria antes de acostarse. Lo de Félix no es nada extraño; es simplemente alguien que después de perder seis vidas, vive atormentado con problemas existenciales. En eso se parece a su ama, que le mira serena y quien empieza a vislumbrar un destino menos macabro, acá en la tierra, con el humanizado Félix, el gato.

Tuesday, June 06, 2006

correctamente políticos

Las policías no quieren reducirlos, acobardan al fascismo. Dúctiles, todos llevamos alguna vez su emblema. Como esos comunes lugares en donde, sino estuvimos, estamos convencidos de haber estado, estos pingüinos no marchan hacia un lugar predefinido ni saben vestir de negro. Se permiten ciertos niveles de espontaneidad que podrían contener, pero temen que sería un despropósito. Crecieron delante de una televisión e intuyen que una imagen tal vez no valga más que mil palabras, pero asegura que se escuchen unas cuantas. De ellos depende la salud de muchos de los rostros que se nos ofrecen en formato de nota discotequera o verano caluroso. No han aprendido, pero sí enseñado, qué queremos ver y a qué hora, y saben perfectamente cuáles niveles de intromisión resultan seductores y cuáles otros ahuyentan a las audiencias. No seamos ingenuos: no instrumentalizan a la prensa. Pero tampoco las marcas logran dominarlos a ellos. Tal vez García, el compuesto, tenga razón y recorten los diarios en que aparece su foto, por decirlo a la antigua. Pero de que guarden en su computador personal los archivos en que aparecen prolongados (que no inmortalizados) y comenten por msn sus mejores frases del día, no puede derivarse ninguna conclusión útil. No es una revelación decir que no están acostumbrados a las cámaras. Lo que sí puede es resultar impertinente. Llevaban años burlándose de los rostros y mirando de reojo las noticiarios de los políticamente ilustrados. No quieren ser políticamente correctos. Son ambiciosos y autoexigentes. Su ambición, en este Chile que dile, está libre de fantasmas aplastantes que los hagan ruborizar. Quieren ser correctamente políticos y lo quieren mucho, como se trata, casi siempre, de impresionar en la primera cita.

Saturday, May 27, 2006

De la caña moral.


De la caña moral.

Mucho se ha hablado últimamente de otro de los indeseados efectos secundarios que produce la ingesta de alcohol, la caña moral. Mas, lo novedoso del concepto y una moda que impide preguntar demasiado, a riesgo de parecer no enterado, han impedido hasta ahora una completa intelección del término.

Ante tamaña incertidumbre lingüística, el Desorden ofrece una serie de documentos apócrifos que se relacionan con la materia. En esta primera semana, ofrece para su degustación intelectual, un extracto de un diario de vida hallado junto a los restos mortales de un joven de iniciales D.d C., fallecido en una provincia sureña a mediados de la década del 50:

Linares, 12 de marzo de 1953.

Algo que no he podido dejar de notar a través de estos largos años de consumo de alcohol, es que al día siguiente, y de manera mucho más insoportable que las obvias consecuencias físicas, el alcohol me provoca un fuerte relativismo, tanto moral como epistemológico. Los sucedáneos del etanol me hacen dudar de todas y cada una de las certezas (siempre escasas, de por cierto) que constituyen mi sistema de creencias. Este autoexamen infernal se extiende durante todo el transcurso de la tarde e impide el desempeño de cualquier actividad productiva. Heme aquí.

Lo curioso que deja esta descripción de lo que, desde mi punto de vista, es, la peor de las monas, es la extraña y misteriosa relación que existe entre el mundo físico y el de la razón. Antes creía que una razón era igual de buena aquí, o en la quebrada del ají; que lo que la hacía sugerente era independiente de lo que aconteciese en el exterior. Ahora, consecuencia de jornadas vespertinas repetidas de duda metódica detonada por la ingesta etílica, no tanto. Lo que creía ayer, hoy, alcohol mediante, me parece irrisorio. ¿Fue una variación química en mi interior lo que cambió la razón, y la hace, ahora, menos creíble? Esta idea me tiene devastado. Imagínese Ud. que lo que determina si vamos a tener algo por cierto o verdadero no fuese la relación lógica interna de sus enunciados, sino más bien, un cierto arreglo de moléculas en nuestro organismo. Que la idea que le resulta más cara a su persona, no tiene mayor valor que el de encajar en un determinado momento con la interacción que está ocurriendo en su cerebro. Por suerte no soy creyente.

Esta íntima relación entre, por una parte, nuestra apreciación de la realidad y, por la otra, las sustancias químicas que hay en nuestro organismo, parece obvia cuando estamos bajo la influencia de bebidas espirituosas o su buena mistela. El alcohol nubla la razón y nuestra percepción se ve alterada. Más aún, el caso es igualmente elocuente si tomamos en cuenta cualquier otro estado en que podamos suponer algún cambio en la composición química en nuestro organismo. Es innegable que cuando soy preso del deseo, hormonas mediante, se me aparecen como naturales las más descabelladas ideas. Lo gráfico de mi argumento se expresa mejor en el momento en que ya vi satisfecho dicho deseo, en cosa de segundos, mi estado mental experimenta un giro copernicano. Lo descabellado vuelve a su lugar.

Además, esta especial forma de relativismo epistemológico, me genera una particular angustia existencial. Acabada ya esta mona y su respectivo embate contra mis convicciones, éstas reasumen su lugar pero con vigor disminuido, como amante fallido, me acompañan desde entonces con la única certeza de que pueden volver a decepcionar. ¿Le sucederá al vulgo, cimiento y futuro de nuestra férrea nación, fenómeno semejante?...[ El resto de la entrada de este día es ininteligible, fruto, al parecer, de la descomposición]

Monday, May 15, 2006

Judas it matter to?

Sorprendentemente laica, pero excesiva igual, le pareció al desorden la polémica en torno a la identidad moral de Judas. Se pareció más a un debate sostenido por filólogos argentinos en relación a la verdadera nacionalidad de un texto perdido, que a la vindicación o refutación de la palabra revelada. Se comportaron los bandos, en general, como sobrentendiendo que la cuestión era elegir qué ficción se prefiere y a qué tendecia religiosa-inmanente se iba a favorecer. Digamos, la cuestión fue estrictamente político literaria.
Desde el punto de vista que más importa, el honestamente ficticio, sin embargo, la cuestión estaba zanjada antes de que comenzara. Judas, tiene a lo menos tres versiones, las tres igual de verosímiles, sistematizadas por Borges en un cuento llamado precisamente “Tres Versiones de Judas”. Algunos años después de acometer la redención literaria y eventual de Iscariote, Borges iba a conversar una tarde entera con Menotti sin percatarse de que se trataba del técnico de la selección nacional argentina, recién coronada campeona del mundo gracias al régimen militar argentino y al Matador Kempes.
Kempes, el mismo que relató hoy el desastre escondiendo su angustia; Borges ya estaba muerto pero seguramente alguna versión de él debe haber atestiguado el hito. Juan romásn Riquelme, el Topo-Yiyo, le dijo a su cristo Pellegrini, y al pueblo del Villareal "hasta mañana si Dios quiere”. De seguro ni el pueblo ni el ingeniero van a descansar bien. Con la cara más tristemente conmovedora que se haya visto en cualquier escena pública -me atrevo a incluir al 11 del 9 del 73 y del 2001 entre los candidatos-, Román, siempre lúgubre y suficientemente depresivo como para ocupar la camiseta ocho en vez de la diez, se dejó vencer para expiar las culpas de todo el pueblo de Villareal, para que una vez muerta, o hundida al menos, la reputación del ingeniero, pudiera resucitar como el Cristo de los Gitanos, quién sabe si tal vez al mando de la Roja de todos.

La Altura del Partido

A estas alturas del partido, o sea, una vez que ha terminado, nos parece obvio: Roger Federer no existe. Recién ahora podemos estar seguros, a pesar de que siempre nos resultó inverosímil su presencia en la tierra. De rasgos implacables, de porte y modales perfectos, inexpresivo, de mirada profunda al estilo de los superhéroes de cómics y por supuesto, incapaz de otra cosa que ganar, este milton parecía una exageración infantil de un excelente deportista. Ahora todo cobra sentido. El personaje éste, es precisamente eso, y es obra de la imaginación de todos los tenistas del mundo. Dicen que cada persona tiene sus propios demonios. Los tenistas comparten al mismo y lo llaman Federer.
Los temores más genuinos, aquellos que en verdad tienen la aptitud de aterrar, están, por lo general, desprovistos de belleza creativa y matices de color. Así es que lo imaginaron ciudadano del más neutral de los países, mudo, reacio al mundo exterior, de semblante casi místico y calmo en todos los casos posibles. Ni siquiera fueron capaces de atribuirle inclinaciones tan básicas como el gusto por las mujeres. Lo pensaron consustancial al tenis y llegaron a verlo de la mano de una rubia corriente, con leve sobrepeso, que alcanza el paroxismo del amor cuando lo ve jugar y que además las hace de manager del atleta.
Federer vive solamente dentro de la cabeza de los tenistas. Tiene tanta fuerza su imagen dentro del subconciente de cada jugador que, luego de convencerse ellos mismos de su existencia, nos lograron engañar (hasta ahora) a nosotros. El suizo representa el miedo más íntimo de sus artífices, la constancia que no tienen, el talento de que están desprovistos, y los títulos que nunca van a ver en sus paredes.
En Sweet and Lowdown, Emmet Ray, el protagonista de la película interpretado por Sean Penn, está seguro de ser el segundo mejor guitarrista de jazz del mundo. La sola mención de Django Reinhardt, un jazzista parisino que ha visto tocar un par de veces, lo pone de mal humor. Es dueño de la única música que lo hace llorar y por eso, es también la única persona a que respeta. Y que teme. No hay noche lo suficientemente buena como para obviar que Django, seguramente, lo hubiera hecho mejor.
No importa qué tan bueno seas, siempre Federer, igual que Django, va a ser mejor que tú. Hasta que, por supuesto, venzas tus temores y domines a tu subconciente. Por eso es tan importante lo que acaba de conseguir el niño Nadal: se ha impuesto sobre sí mismo en cuatro durísimos sets. Le ha ganado a Roger Federer.