Saturday, May 27, 2006

De la caña moral.


De la caña moral.

Mucho se ha hablado últimamente de otro de los indeseados efectos secundarios que produce la ingesta de alcohol, la caña moral. Mas, lo novedoso del concepto y una moda que impide preguntar demasiado, a riesgo de parecer no enterado, han impedido hasta ahora una completa intelección del término.

Ante tamaña incertidumbre lingüística, el Desorden ofrece una serie de documentos apócrifos que se relacionan con la materia. En esta primera semana, ofrece para su degustación intelectual, un extracto de un diario de vida hallado junto a los restos mortales de un joven de iniciales D.d C., fallecido en una provincia sureña a mediados de la década del 50:

Linares, 12 de marzo de 1953.

Algo que no he podido dejar de notar a través de estos largos años de consumo de alcohol, es que al día siguiente, y de manera mucho más insoportable que las obvias consecuencias físicas, el alcohol me provoca un fuerte relativismo, tanto moral como epistemológico. Los sucedáneos del etanol me hacen dudar de todas y cada una de las certezas (siempre escasas, de por cierto) que constituyen mi sistema de creencias. Este autoexamen infernal se extiende durante todo el transcurso de la tarde e impide el desempeño de cualquier actividad productiva. Heme aquí.

Lo curioso que deja esta descripción de lo que, desde mi punto de vista, es, la peor de las monas, es la extraña y misteriosa relación que existe entre el mundo físico y el de la razón. Antes creía que una razón era igual de buena aquí, o en la quebrada del ají; que lo que la hacía sugerente era independiente de lo que aconteciese en el exterior. Ahora, consecuencia de jornadas vespertinas repetidas de duda metódica detonada por la ingesta etílica, no tanto. Lo que creía ayer, hoy, alcohol mediante, me parece irrisorio. ¿Fue una variación química en mi interior lo que cambió la razón, y la hace, ahora, menos creíble? Esta idea me tiene devastado. Imagínese Ud. que lo que determina si vamos a tener algo por cierto o verdadero no fuese la relación lógica interna de sus enunciados, sino más bien, un cierto arreglo de moléculas en nuestro organismo. Que la idea que le resulta más cara a su persona, no tiene mayor valor que el de encajar en un determinado momento con la interacción que está ocurriendo en su cerebro. Por suerte no soy creyente.

Esta íntima relación entre, por una parte, nuestra apreciación de la realidad y, por la otra, las sustancias químicas que hay en nuestro organismo, parece obvia cuando estamos bajo la influencia de bebidas espirituosas o su buena mistela. El alcohol nubla la razón y nuestra percepción se ve alterada. Más aún, el caso es igualmente elocuente si tomamos en cuenta cualquier otro estado en que podamos suponer algún cambio en la composición química en nuestro organismo. Es innegable que cuando soy preso del deseo, hormonas mediante, se me aparecen como naturales las más descabelladas ideas. Lo gráfico de mi argumento se expresa mejor en el momento en que ya vi satisfecho dicho deseo, en cosa de segundos, mi estado mental experimenta un giro copernicano. Lo descabellado vuelve a su lugar.

Además, esta especial forma de relativismo epistemológico, me genera una particular angustia existencial. Acabada ya esta mona y su respectivo embate contra mis convicciones, éstas reasumen su lugar pero con vigor disminuido, como amante fallido, me acompañan desde entonces con la única certeza de que pueden volver a decepcionar. ¿Le sucederá al vulgo, cimiento y futuro de nuestra férrea nación, fenómeno semejante?...[ El resto de la entrada de este día es ininteligible, fruto, al parecer, de la descomposición]

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