Monday, May 15, 2006

La Altura del Partido

A estas alturas del partido, o sea, una vez que ha terminado, nos parece obvio: Roger Federer no existe. Recién ahora podemos estar seguros, a pesar de que siempre nos resultó inverosímil su presencia en la tierra. De rasgos implacables, de porte y modales perfectos, inexpresivo, de mirada profunda al estilo de los superhéroes de cómics y por supuesto, incapaz de otra cosa que ganar, este milton parecía una exageración infantil de un excelente deportista. Ahora todo cobra sentido. El personaje éste, es precisamente eso, y es obra de la imaginación de todos los tenistas del mundo. Dicen que cada persona tiene sus propios demonios. Los tenistas comparten al mismo y lo llaman Federer.
Los temores más genuinos, aquellos que en verdad tienen la aptitud de aterrar, están, por lo general, desprovistos de belleza creativa y matices de color. Así es que lo imaginaron ciudadano del más neutral de los países, mudo, reacio al mundo exterior, de semblante casi místico y calmo en todos los casos posibles. Ni siquiera fueron capaces de atribuirle inclinaciones tan básicas como el gusto por las mujeres. Lo pensaron consustancial al tenis y llegaron a verlo de la mano de una rubia corriente, con leve sobrepeso, que alcanza el paroxismo del amor cuando lo ve jugar y que además las hace de manager del atleta.
Federer vive solamente dentro de la cabeza de los tenistas. Tiene tanta fuerza su imagen dentro del subconciente de cada jugador que, luego de convencerse ellos mismos de su existencia, nos lograron engañar (hasta ahora) a nosotros. El suizo representa el miedo más íntimo de sus artífices, la constancia que no tienen, el talento de que están desprovistos, y los títulos que nunca van a ver en sus paredes.
En Sweet and Lowdown, Emmet Ray, el protagonista de la película interpretado por Sean Penn, está seguro de ser el segundo mejor guitarrista de jazz del mundo. La sola mención de Django Reinhardt, un jazzista parisino que ha visto tocar un par de veces, lo pone de mal humor. Es dueño de la única música que lo hace llorar y por eso, es también la única persona a que respeta. Y que teme. No hay noche lo suficientemente buena como para obviar que Django, seguramente, lo hubiera hecho mejor.
No importa qué tan bueno seas, siempre Federer, igual que Django, va a ser mejor que tú. Hasta que, por supuesto, venzas tus temores y domines a tu subconciente. Por eso es tan importante lo que acaba de conseguir el niño Nadal: se ha impuesto sobre sí mismo en cuatro durísimos sets. Le ha ganado a Roger Federer.

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