Tuesday, July 25, 2006

Una despedida para mis amigos que llaman a la radio!

Los escuchamos con hipocresía, mientras pretendemos estar pendiente de otra cosa. Llaman a las cosas por su nombre. Son partidarios de no filtrar las urgentes convicciones que guían su comportamiento y valientes defensores de la "verdad". Hablan desde la honestidad de su hogar o de su trabajo. Los que llaman a la radio son los mismos que hacen caso al consejo de los productos en promoción y que, luego de no obtener premio alguno "siguen participando". Son los mismos que llenan los estadios en tiempos de gol y las calles en tiempos de manifestaciones. A ellos apela el grueso de la publicidad y la mayoría de los discursos políticos.
Empatizamos, si bien casi nunca con sus comentarios -decisivos, serios, dogmáticos- con sus biografías, que se dejan traslucir paupérrimas debajo de sus declaraciones de principios, condenas, preferencias y saludos. Los imaginamos llamando con insistencia una y ota vez, inconmovibles ante los tonos de ocupado del teléfono, las voces grabadas que exhortan a esperar, y la negligencia indolente de los operarios incapaces de contener las ansias de comunicarse con el locutor de turno. Los que salen al aire se saben privilegiados y su sentido de la justicia los obliga a mandar saludos a todos aquellos de su entorno que no tuvieron la misma suerte, a todos esos entusiastas que no llegaron.
Los locutores, sin embargo, se han vuelto insensibles a la realidad de sus voluntarios. Mantienen una actitud que sólo en apariencia se basa en la igualdad de trato pero que en verdad es sólo una señal de indolencia. Automatizados, les preguntan por su opinión sin entenderla reteniendo sólo palabras claves como si éstas fueran moldes en los cuales pudieran introducir la voluntad comunicativa de sus auditores cual plasticina. La rutina, el tedio y la reiteración ciega de emisiones de voz idénticas tal vez sirvan -aunque desde luego no son suficiente- para explicar la conducta desaprensiva de los animadores radiales. Sin embargo, el Desorden jamás aprenderá a perdonar la inhumana manera que tienen los locutores para despedirse del radioescucha opinante. Se lo deja hablando solo, obligado a tragarse sus palabras, que le rebotan en la cara, de un momento para otro, despertándolo de su sueño comunicacional ilustrado. "Gracias Miguel por tu opinión" al tiempo que se pasa a atender al siguiente llamado acaso no sea una solución suficiente para la inquietud existencial que, en el envase de una propuesta legislativa o de una solicitud cancionera, hace el que llama a la radio, más bien, el afortunado que logra "salir al aire".

0 Comments:

Post a Comment

<< Home