Tuesday, July 25, 2006

La diez

El número de mandamientos. El ciento por ciento. Máxima calificación posible en el sistema norteamericano. Predicado de la mujer de medidas perfectas, cuando llevado al fútbol, el numerito es más poderoso que en todas sus otras significaciones. Es el signo visual estandarizado para designar al genio de turno, el sello de excelencia estampado dolorosamente en las espaldas de los bovinos del fútbol. En los tiempos posmodernos que corren, disueltas ya las ilusiones del progreso indefinido, el diez es el aleph de toda la problemática existencial del jugador doliente.
El hombre contemporáneo, a su pesar, resignado, ha tenido que dejar a sus espaldas el conjunto de pretensiones y expectativas que habían hecho ilusionar y entristecer a sus mayores. Se ha construido a sí mismo como huérfano y ha tenido que incluir a las palabras heredadas en el vasto repertorio de los estímulos y desincentivos que constituyen la oferta de la vida actual. Descree de la universalidad, pero todavía más de la especialización. Desconfía de la farándula tanto como de los representantes políticos por lo que –cuando lo hace- vota. Es escéptico ante el Todopoderoso, pero no cree tampoco en la posibilidad de reemplazarlo él mismo y llegar, en esta misma tierra, al paraíso de las sensaciones y los conceptos. El hombre moderno se mira a sí mismo con una leve simpatía, pero jamás como una madre orgullosa mira a su hijo. Es capaz de compadecerse, y al mismo tiempo, dudar de su propia nobleza.
El jugador, que reproduce en el campo todos los caracteres del hombre posmoderno, ha elegido su carrera algo inconscientemente e intuye que podría estar haciendo otra cosa. Hasta en el fútbol, van perdiendo fuerza ilustrativa los mitos fundacionales y las leyendas hogareñas. El ideal de completitud y perfección que caracterizó al jugador de hace algunas décadas le es ajeno al futbolista de hoy.
Valdano, había temido en voz alta, que los diagramas terminaran domesticando al jugador. A sus miedos de que se diluyera en el pizrrón el espíritu del futbolista subyacía el paradigma de la modernidad, la confianza irrestricta en los designios de la técnica. Injustificada inquietud de la que hoy, en vista de la campaña Joga Bonito de Nike, podemos reírnos con suficiencia. Sin embargo, lo contrario resulta igualmente disparatado: el heroísmo, y no los héroes, han muerto. Nadie lo sabe mejor que Zidane, Riquelme, y Ronaldinho, los tres mártires de esta copa del mundo. Las tres víctimas grandilocuentes de las contradicciones de la época. Los portadores del aleph de la posmodernidad.
La diez en la espalda es la cruz del jugador contemporáneo; es la pretensión inútil e insistente de todo aquello a que el hombre de hoy tuvo que renunciar. Es la exigencia de cumplir los sueños de sus padres y abuelos. Es la exhortación impersonal a eliminar a sus fantasmas, a tratar a sus fanáticos como niños, a imaginar al mundo más sencillo, y a la imaginación más pobre. Es un grito en la oreja en contra de su sofisticación moral que lo desconcentra del partido. Es la madre que le exige hacer las tareas. Es un grupo de adolescentes cantando al unísono: “al seco, al seco, al seco”. El posmoderno es resistente, y desconfía de sus hastíos y sus violencias, pero hay veces en que termina explotando, como la cabeza exhausta de Zidane, el emigrante cabizbajo y taciturno, en contra del pecho de Materazzi. Es la expresión en el rostro de Riquelme, cual si en el purgatorio, estuviese tragando su dolor, esperando valiente la redención por venir. Es la máscara de alegría carnavalesca de Ronaldinho, mientras se sabe inútil de cumplir las órdenes de su propia espalda.
Quien lleva la diez detrás suyo está inexorablemente condenado a un pasado que el mismo no es capaz de ver. Cuentan que todas las primaveras el pueblo andaluz anda pidiendo escaleras para subir al madero y arrancarle los clavos al Jesús, el Nazareno. Tenemos el capricho de creer que algún día, se movilizarán los fanáticos del fútbol pidiendo pintura para borrar de las espaldas de los mártires peloteros el estigma que no los deja jugar.

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