Monday, October 30, 2006

Perspecplejia o de la chilenidad en sentido estrecho.

Julio César, indecorosamente sabinista, conoce la canción, pero sus ortodoxas maneras de llevar la herejía le deben haber impedido entenderla. Por lo menos al modo en que la ha querido escuchar el desorden.

El nombre de la canción da algo más que una pista pero mucho menos que lo que se necesita para que le quepa a un chileno en el oído. El españolazo de Sabina, maestro de la rima consonante, bautizó a la obra como La Frente Marchita para aludir a Volver, el meláncolico lamento argentino. Cuenta la historia, que un joven Sabina, supo enamorarse de una bandera argentina disfrazada de mujer que se encontró en El Rastro y que el romance no se hizo noviazgo porque ella pasó su estadía en españa más preocupada de volver a su patria que de quererlo a él, más preocupada de su espíritu que de su corazón.

No hay nostalgia peor, exagera el amigo de Calamaro, que añorar lo que nunca jamás sucedió. Es precisamente esa forma de la nostalgia la que se padece al escuchar la apología de un español a un país que cualquier buen chileno admira tanto. Si no se puede ser nacional sino del país que a uno le tocó, sería una austera pero reconfortante compensación, poder mirar al país que uno quiere de una manera satisfactoria, del modo más justo. Ni eso.

Buenos aires es como contabas "hoy fui a pasear".Al escuchar a Sabina uno se entera de que hay países más grandes, más latinos, más historiados, y alfabetizados que Argentina que ceden lascivos ante el encanto de la albiceleste. Españoles que miran con alguna incredulidad al resultado encantador de una expedición financiada por su corona. Europeos respetuosos y hasta tímidos tentados a dejar que Borges tome el lugar de Cervantes en su velador, a acallar a los cantaores para poder escuchar mejor al Gardel de la gente. No es ni la estatura de sus ciudadanos, ni la carne abundante, ni los edificios nobles, ni los verdes prados lo que dirige las miradas españolas hacia el sur. No es el hambre lo que les hace comer de ese lomo ancho.

"Con la frente marchita" cantaba Gardel. Los chilenos, mil veces desafortunados, estamos conminados a mirar a la argentina desde nuestra más profunda y tímida chilenidad, la riqueza espiritual desde la pobreza material, la garra argentina, desde el campeonato nacional. Cómo atesorar la especial manera de ser espontáneo y despierto del quiosquero vende-clarines sin confundirla con prepotencia y verborrea, o por último, con espontaneidad a secas, con indiscriminado derroche, si se ha crecido entre calles silenciosas, vecinos vergonzosos y trabajadores, recelosos de los suyo, cautos y nerviosos. Cómo no encontrar livianas o en el mejor de los casos pasajeras a las argentinas, si se ha padecido en carne (más bien en la ausencia de la carne) propia la satisfecha mesura de la mujer que así promete un futuro esplendor.

Pero tú no querías más amor que el del río de la plata, se queja el enemigo íntimo de Páez. Por más que nosotros queramos más amor que el del Mapocho, lo queremos desde el río ese, ahogados en él, sin saber con precisión qué anhelar, porque nos faltan tantas, tantas cosas…